
“Hace más de veinte años, cuenta Febe Defelipe, me enamoré de un poncho que no pude comprar”. Desde entonces ha pintado sus propias versiones de esta prenda de origen americano. Ella no trabaja en el telar sino en el lienzo, no con trama y urdimbre, sino con pincel y acrílico, crea sus propios diseños como un sortilegio de guardas pampa, incaica o escalonada, con colores aferrados a un delirio pop. “En mi obra rescato el lenguaje textil de los primeros habitantes de nuestro territorio, tanto gauchos como aborígenes. Mis ponchos representan a varias comunidades indígenas, y me permito mezclar sus guardas como si fuera una torre de Babel sin palabras. La identidad de cada una de esas comunidades se logra, en parte, a través de sus diseños, sus colores con tintes naturales, y los símbolos figurativos o abstractos originados en un tiempo inmemorial. Todo eso perdura y se reactiva hasta hoy en mis pinturas, con el mismo lenguaje, pero diferente sintaxis”, explica la artista. El poncho es una prenda simple, en rigor una manta cuadrada o rectangular, con infinitas variantes de técnicas, diseños y texturas, tiene origen pre hispánico y su uso se extiende a todo el continente americano y, tal como dice Febe, afirma la identidad de cada comunidad. A Febe no le hace falta un telar para crear un poncho, no es artesana sino una artista sin sosiego, a ella le basta con sus pinceles, su corazón alerta y su empeño nocturno para recrear un universo inmenso de colores nuevos y diseños ancestrales rescatados de la curva del tiempo.
Julio Sánchez Baroni



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